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sábado, enero 24, 2015

El poso de la educación y un amanecer en el puerto

Hoy he recordado un hecho que me ocurrió hace algún tiempo y que me hizo reflexionar sobre el sedimento que la educación recibida deja en el subconsciente. Estaba parado en un semáforo con mi vehículo cuando veo un anciano que al cruzar delante mía por el paso de cebra, libre para los peatones, se dirige hacia mí y, con aspavientos, me indica que bajara la ventanilla, al principio creí que me iba a reprender por alguna infracción que, sin darme cuenta, habría cometido yo y cuál no fue mi sorpresa cuando vi que tendía la mano hacia mí y me daba la enhorabuena con estas palabras "le felicito, lo que ud. ha hecho no lo hace casi nadie"; el buen hombre debió de verme la cara de estupefacción y comprendió al instante que no sabía de que me hablaba.

 
"Portada del single "Amanecer en el Puerto", del grupo Alameda"
 
Ocurrió que llegando yo a la altura del semáforo, en ese momento en verde para los vehículos, el cruce se hallaba atascado y para no quedarme varado en medio del paso de cebra del semáforo, me detuve en la línea que lo delimita de la calzada, al poco el semáforo cambió a rojo para los vehículos y verde para los peatones y fue cuando aquel caballero, mascota en ristre, se dirigió a mí; no vi yo una acción tan desmesuradamente inusual como para la felicitación, pero aquel vetusto ciudadano creyó que sí.
 
Y es cierto que esa educación recibida queda grabada en bajorrelieves de la memoria, en surcos indelebles que de vez en cuando afloran en gestos instintivos, cuando el respeto por los demás se transmuta en respeto por uno mismo y en su cavilación te lleva hacia las personas que lo hicieron posible; mis padres, por supuesto, y por extensión mi familia, profesores como D. Manuel Hidalgo o la Srta. Piedad, aquel Padre Paco de tirones de patillas, y el paso por la vida, ¡cómo no! Pero aquella mascota en la cabeza de ese anciano agradecido me trajo la imagen de mi abuelo Rafael, impecable con su camisa blanca y corbata azul, su chaleco beige, su chaqueta gris y su perenne mascota verde carruaje. Mi querido abuelo Rafael al que tanto le debo en esto del civismo.

 
"Mi abuelo Rafael".
 
Persona humilde, trabajadora, de la trianera Pagés del Corro, en plena Cava de los Gitanos, allí donde el hambre se hacía arte y el arte curtía la alegría por vivir. Uno de los pocos afortunados que en la época del racionamiento de necesidades tenía sustento, trabajando de estibador en el Puerto de Sevilla, lo que es cargando en el muelle. Cada madrugada se pasaba por la lista de contratación en la Av. de la Raza, si Rafael no volvía de amanecida había fiesta en el corralón, significaba que Rafael tenía faena ese día y podrían comer pescado fresco toda la corrala, donde la gazuza campeaba entre bulerías de miserias.
 
La cosa funcionaba así, uno acudía a esa lista de contrataciones y buscaba su nombre, veía si había entrado barco que descargar y cada uno al suyo. Mi abuelo trabajaba en los barcos de pescado, pero cada uno de los estibadores tenía su cometido según la carga que llegaba, trabajo duro para todos ellos y sirva este escrito como pequeño homenaje a cada uno de aquellos hombres que costal a la cerviz y riñones de acero portaban sacos de 50 kilos del barco al vagón o camión, antes a las mulas porteadoras, de los distintos géneros que entraban en Sevilla vía fluvial. De ellos se nutrían las cuadrillas de costaleros, también mi abuelo, que sacaban los pasos de la Semana Santa antes de que la hermandad de los Estudiantes introdujera la figura del hermano costalero allá por 1.973.

 
"Bajorrelieve a modo de homenaje a los estibadores del Puerto de Sevilla, en la Casa del Marina en la Avenida de la Raza".
 
Decía que mi abuelo Rafael trabajaba descargando el pescado y entre los espacios que dejaba el impermeable de faena y su cuerpo siempre se colaban merluzas y otras especies, alguna caía como distracción para los Civiles que custodiaban la entrada y salida del Puerto, a modo desvío de miradas inquisidoras y vigilantes. Pudo haberse enriquecido con el estraperlo, hablo de lo que vulgarmente se conoce como la época del hambre, pero su naturaleza no le permitía lucrarse de la miseria ajena, aquel pescado no era objeto de lucro, sino de dádiva a sus vecinos que aquel día comerían caliente; al no volver de amanecida la abuela Carmen (otro día hablaré de ella) ya preparaba la harina, el aceite y las sartenes para freír el pescado y en el patio ya bullía la jarana al calor de la lumbre, ese día nadie se acostaría con café de periódicos quemados sobre agua caliente como único sustento.
 
Algunos sábados que no estaba en las listas, ya con los tiempos un poco mejores en la ciudad, recuerdo como venía a casa, yo vivía cerca de la Av. de la Raza, y nos recogía a mí y a mi hermano y, de la mano, con su eterna sonrisa de felicidad, nos daba un paseo a ver los vehículos militares del Cuartel de Automovilismo, que se encontraba en Reina Mercedes o al cercano Parque de María Luisa, siempre saludando, siempre impoluto.
 
Con todos estos recuerdos a borbotones, en el C.D. del coche sonaba Amanecer en el Puerto de Alameda, quién me conoce sabe que no creo en casualidades, el chapoteo del agua en la orilla, la sirena del barco entrando al puerto o del tren a punto de arribar para soportar la carga de sacas, ¿o eran aquellos cascos de viejas mulas?,  y, a través de las teclas, el bullicio que empieza a desparramarse por las laderas del desembarco, la alegría de las bulerías aún a costa del esfuerzo, un amanecer de brillo a la vida a pesar de la angustia de tiempos muy duros. Un ejemplo, una guía.
 


"Amanecer en el Puerto del L.P. Alameda, Alameda".
 
De espaldas se marchaba agradecido aquel ciudadano erguido y mascota saludando al vacío camino de su merecido descanso y asomado en mi ventana ensoñaba con las penas propias que servían de alegrías ajenas.
 
Aún maldigo la educación del conductor tras de mí que me despertó con su ronca bocina de estrés al cambiar el semáforo a verde. ¡Pase Ud. y con dios!

sábado, mayo 05, 2012

A la vera del Jueves un jueves cualquiera

En medio de la semana, con la mente en el cénit de la lucidez y los músculos al máximo de su dinamismo. Jueves de milagros, jueves de las damas y Júpiter de cielo y aire, foro y legionarios, zoco y alfaquíes, baratillo de bautizados.


Portada del single de Alameda que en su cara B contiene "A la vera del Jueves"

 
El genio natural susurrándote desde la Casa de los Artistas sin casas, caminando entre Saavedras por San Juan de la Palma y pícaros cervantinos al cobijo de Omnium Santorum, hasta la hambruna mendigante de la Cruz Verde. La feria de la miseria de la calle Feria.


"La Casa de los Artistas, el inicio de la calle Feria y del mercadillo del Jueves"


"La Cruz Verde, el final del mercadillo del Jueves"

Concierto de trujamanes entre sayaleros y traperos murmurando a voces atenciones despistadas, mercachifles y trajinantes señalando muros que acogen adosados tenderetes de lonas desprendidas de largueros de madera, chamarileros de lo inútil y anticuarios ambulantes, dadores de gatos al más listo, hacedores del milagro de vender tullidos trapos por medias calzas, engañifas del incauto.

Cachivaches que pordiosean una nueva vida, reciclaje de lo absurdo, palingenesia de objetos inservibles al acecho de fisgones, buscadores de tesoros perdidos de su dueño y de valor, calaveras buceadores de gangas y apaños, la oferta de lo absurdo entre lo necesario al arrullo del regateo obligado, entre macetas de claveles un cepillo de dientes usado hallando su suerte y a su suertudo tras un intenso chalaneo.

Y entre todo ello el encuentro inesperado, la chamba de encontrar algo valioso y la potra de poder pagarlo, aunque el de enfrente vea en tu sonrisa el disfrute del ignorante, la estupidez del engañado, que el coleccionismo siempre será asunto de inversores y románticos.


sábado, diciembre 13, 2008

Memorias de la Pila del Pato

De la Plaza de San Francisco a la Alameda de Hércules y de allí a la de San Leandro y en el vuelo, un pianista de lujo que jalea su viaje, entre palmas, teclas, cuerdas y baterías flamencas y en su reposo migratorio, a la sombra verde de un viejo Laurel de la India, una guitarra de quejíos alegres le arrulla su descanso.


El surtidor, ladeado por los aires de la Alameda, mira de reojo desde la espalda, donde su expectante creador, Rafael Marinelli, entrega su protagonismo a los dedos volátiles de Enrique de Melchor acompañado por todo el grupo, elevando hasta el encantamiento el embrujo de esta pieza.



Con el tiempo, la estampa de dos jóvenes enamorados; él, rodilla en tierra, calada por los chapoteos del pato, en pose becqueriana, galantea sus amores a la chavea, “…del pájaro quiero sus alas, del campo deseo la flor…”, al fondo el sinfonismo flamenco hechizando las palabras, viajando en un bucle espacio-temporal hasta el inicio de la banda sonora de sus esponsales.


Y el pato de la pila, embelesado, seguirá bailando su chorro a los sones por bulerías que, desde Casa Manuel, se escapan clandestinos.


La Pila del Pato

sábado, octubre 11, 2008

CALLE ARRIBA, nuevo trabajo de ALAMEDA

Pues ya tenemos a nuestra disposición el nuevo disco de Alameda, que lleva por título “Calle Arriba” grabado en Estudio Bola, con la producción artística de Pepe Roca y Jesús Bola, para el sello Fods Records (Fonográfica del Sur)



Un álbum de once temas, que se abre con “Calle arriba”, que le da nombre, tema que nos trae aromas de otro tiempo, muy buen trabajo de las guitarras y teclados, atmósfera limpia… y la voz de Pepe Roca, muy cercano al añorado sinfonismo; continúa con sones de jazz-fusión africano en “Lisanga”, una adaptación de Roca al tema del bajista camerunés Richard Bona, acompañado por la voz de Diego Carrasco, con buenas cuerdas de guitarra, algo distinto con buen regusto; en “La mujer del faro” se enfrenta Roca a un blues donde el bajo y la guitarra sobresalen de un acolchado fondo de teclados; nuevos arreglos para “Ojos de triste llanto” con un soberbio piano de Marinelli y una no menos soberbia voz de Pepe Roca, podrá gustar más o menos en comparación con la versión original, pero para mí la pieza más elaborada del disco; aires de andaluces a latinos y viceversa en “Ora pro nobis” que dice más por lo que cuenta que por lo que canta, aún así destacan los solos de saxo y teclados; en “Picasso”, un tema de R. Romero San Juan, encontramos sones ya conocidos en “Dunas” para lucimiento de Roca y el laúd de Álvaro Girón; de la mano de Marinelli y su piano, entre palmas y guitarra, se nos presenta el primer instrumental de este trabajo, agradable sorpresa que muchos echábamos en falta, ahí, a la vera del jueves, en la “Calle Feria”; “Cantaré” es posiblemente el tema más flojo, en cuanto a aportación, del disco, sin por ello ser un mal tema; continúa con el segundo instrumental, dedicado a la memoria de Manuel Marinelli “A sotavento”, tema de Álvaro Girón, donde las guitarras y teclados se replican sobre la profusión de percusiones, un tema muy cercano a una Jam session; con “El último tren” se vuelve a los Alamedas más clásicos de copla y canción española; cierra “La vida” una melódica balada de guitarras y voces sobre cuerdas de violonchelo.

Un buen disco que nos deja reminiscencia de los primeros Alameda, con un Pepe Roca en lucimiento vocal en casi todos los temas y una guitarra que se hace notar y ¡cómo!, unos teclados majestuosos de Rafael Marinelli y su aportación compositora en ese instrumental tantas veces deseado, la eléctrica de Álvaro Girón en un trabajo de altura y presencia aportando calidad y un exotismo meditado con el laúd, especialmente sorprendido, por notable, con el bajo de Manolo Nieto su mejor versión con el grupo, en cuanto a Antonio Coronel me gustaría verlo interpretar más registros, aún así un buen trabajo en la batería y percusiones, continuando con los coros y voces de Antonia García que sigue contrapunteando a Pepe Roca con sutileza femenina. Exceso de percusiones latinas para mi gusto en el disco aunque de buena ejecución por parte de Miguel A. Torres, pinceladas armoniosas de los vientos de Ignacio Gil, sobre todo sutil con el saxo, las palmas en su justa medida y a tiempo, Diego Carrasco en “Calle Feria” y Jesús Bola en “Lisanga”, coros de jarchiana presencia por parte de Maribel Martín y un violonchelo excelso para el cierre por parte de José Carlos Roca.

En resumen, un disco que no es uno más, ha dado un paso más allá dando un paso menos, calle arriba, para disfrute de los amantes de los nuevos sonidos del grupo pero también de los nostálgicos. Reflexión, inflexión y continuidad.

domingo, septiembre 21, 2008

Paramnesia del Rock Andaluz

Anoche, las paradojas de los viajes en el tiempo quedaron resueltas en el Auditorio Rocío Jurado de Sevilla. Es la "Teoría especial de la relatividad" de Einstein la que formula esta posibilidad, pero solamente en una dirección, hacia el futuro, jamás se podrá viajar hacia el pasado, ayer quedó demostrado.

Los que asistimos, entre expectantes y fascinados, a la llamada de la Bienal, percibimos en nuestras mentes una deliciosa paramnesia (algunos, en anacrónico afrancesamiento decimonónico, lo denominan “déjà vu”). Digo deliciosa, porque lo que allí ocurrió, nos dejó el regusto de la música con mayúsculas, de un sonido que quisieron enterrar pero solo estaba aletargado, ahí está poderoso, como Lole, esa voz plena de musicalidad y potencia, que inunda por sí sola (¡Ay, Manuel!) un escenario; como Pata Negra, en una actuación sin par, solo Rafaelillo queda (que bien que te recuperamos), pero sólo se basta; como Cai, en segunda juventud (¿visitaría Ponce de León la Bahía antes de partir a las Indias?) con Alegrías de ensueño; como Guadalquivir y su jazz por bulerías de origen védico y una flamenca mohiniattam de danza hipnótica; como Alameda y su apuesta por sonidos primigenios caminando calle arriba, apuntando alto, y aquí Eduardo, de frialdades nada, álgido el momento y el ambiente cálido, ¿no queríamos emociones?, pues de golpe todas; como Tabletom o el arte de la música del gruñido, no te quites con el trabajo que nos está costando; como Imán pincelando bulerías que no por mucho escucharlas sabremos como suenan, siempre algo mágico, siempre algo nuevo; como Smash de guitarras límpidas en su progresividad gualbertiana avanzando hasta el encuentro (¡Ahora sí, Manuel!) con el flamenco rancio, de cuerdas y quejíos.

Pero en todos, un denominador común, las ausencias, esas que demuestran que un viaje al pasado no es posible, a las Paradojas del Abuelo, los Gemelos o la de Hawking, habría que añadir la del Rock Andaluz. La noche era de nostalgia y como tal la disfrutamos retorciéndose la memoria en tortuosos mensajes ya vividos de juventud y la conciencia frenando la euforia de la posibilidad de un pasado presente.

No era ni el lugar ni el momento para quien buscase innovaciones y desafíos arriesgados, para eso ahí está el futuro, enfrente, algunos apuntan a la diana de un mañana luminoso, otros se empeñarán en continuar paramnésicos y serán engullidos por las nuevas formaciones. No hubiera estado de más otro concierto de las apuestas de futuro, las de estos mismos y las de los que vienen empujando, algunos fuerte, muy fuerte, una especie de combate entre “La Leyenda del Tiempo” y “La Leyenda del Espacio”, con un observador común a los dos, el Flamenco, que elabore una nueva teoría donde el pasado y el futuro se den la mano y que yo la denominaría “La Relatividad de la Paramnesia del Rock Andaluz”.