miércoles, agosto 25, 2010

Batallitas del abuelo o aquel Sevilla F.C. que fue

Brumas, espejismos, giroscopio acelerado y la misma pregunta de un pequeño: abuelo, cuéntame el cuento del Sevilla F.C. campeón, sólo que los personajes cambian, ahora el abuelo soy yo y el pequeño será mi nieto, lo intuyo, sudo, me revuelvo entre sábanas y el machacón pequeño se me acerca con su boca abierta, cada vez más grande, esperando la fábula.



Había una vez un equipo que de la nada se insufló de casta, fútbol poco, pero pelea toda, jugadores del desahucio a la gloria, vuelco de una historia reciente, reflejo del hijo pródigo de vuelta a casa escarbando en los cimientos y reconstruyéndola a base de ilusión y coraje, explotando rendimientos del cero al infinito. Mucha gente en la sombra que horadaba el mismo camino hacia una casa de ensueño y empezaron las medallitas ególatras, nadie imprescindible salvo yo, un yo disfrazado de escudo y afición.

Al hijo pródigo se le tendió un puente de plata, la decoración no era cosa suya, para eso se contrató un advenedizo del vecino, al principio sus esbozos no resultaron, pero en el fondo sus ideas eran buenas, además resultó que algunos ladrillos del hijo pródigo fueron lingotes de oro que se desgajaron de la casa al mejor postor y se suplieron con otros ladrillos, fabricados en la sombra y nuevas medallitas, esta vez al intermediario de ideas, bombilla luminosa, esos ladrillos volvieron a ser lingotes que el advenedizo tuvo para el relumbre de su obra, pero la obra no era suya, suyo sólo era el trabajo, qué se habría creído. Pidió, se lo negaron, y se fue donde se lo daban.

Los de casa se empacharon de complacencia, del ombligo hondo, los lingotes desaparecían y se sustituían por ladrillos, pero los que trabajaban a la sombra ya no estaban, las medallas no servían para transformar el adobe, la alquimia se había esfumado y los que siempre habían estado en la casa no supieron sacudir la pereza del “autogozo”. Escarbaron en los cimientos y aún estaban sólidos, pero la casa no relucía, se volvió mustia y añeja, rancia de avaricia, ya no relucía y se volvió a la historia simplona. Los moradores callaron limpiando de babas las copas de las hornacinas mientras la prudencia colgaba un cartel de dimensiones colosales en la clave de la puerta, donde decía "PELIGRO DERRUMBE".

Queda la duda si tú, nieto “morfeístico”, verás de nuevo una casa reluciente si los moradores ven que de tanto frotar el brillo se desluce.

¿Sólo fue un sueño?