El surtidor, ladeado por los aires de la Alameda, mira de reojo desde la espalda, donde su expectante creador, Rafael Marinelli, entrega su protagonismo a los dedos volátiles de Enrique de Melchor acompañado por todo el grupo, elevando hasta el encantamiento el embrujo de esta pieza.

Con el tiempo, la estampa de dos jóvenes enamorados; él, rodilla en tierra, calada por los chapoteos del pato, en pose becqueriana, galantea sus amores a la chavea, “…del pájaro quiero sus alas, del campo deseo la flor…”, al fondo el sinfonismo flamenco hechizando las palabras, viajando en un bucle espacio-temporal hasta el inicio de la banda sonora de sus esponsales.
Y el pato de la pila, embelesado, seguirá bailando su chorro a los sones por bulerías que, desde Casa Manuel, se escapan clandestinos.