sábado, diciembre 13, 2008

Memorias de la Pila del Pato

De la Plaza de San Francisco a la Alameda de Hércules y de allí a la de San Leandro y en el vuelo, un pianista de lujo que jalea su viaje, entre palmas, teclas, cuerdas y baterías flamencas y en su reposo migratorio, a la sombra verde de un viejo Laurel de la India, una guitarra de quejíos alegres le arrulla su descanso.


El surtidor, ladeado por los aires de la Alameda, mira de reojo desde la espalda, donde su expectante creador, Rafael Marinelli, entrega su protagonismo a los dedos volátiles de Enrique de Melchor acompañado por todo el grupo, elevando hasta el encantamiento el embrujo de esta pieza.



Con el tiempo, la estampa de dos jóvenes enamorados; él, rodilla en tierra, calada por los chapoteos del pato, en pose becqueriana, galantea sus amores a la chavea, “…del pájaro quiero sus alas, del campo deseo la flor…”, al fondo el sinfonismo flamenco hechizando las palabras, viajando en un bucle espacio-temporal hasta el inicio de la banda sonora de sus esponsales.


Y el pato de la pila, embelesado, seguirá bailando su chorro a los sones por bulerías que, desde Casa Manuel, se escapan clandestinos.


La Pila del Pato