lunes, septiembre 17, 2012

Ay qué gustito pa´mis orejas

            Fiesta de estrellas en una noche estrellada, noche sevillana sobre el marco cartujano de los hornos alfareros y las cuevas de arcilla, unión mítica para que la magia de la música invadiera de genes flamencos y rockeros por Diego Carrasco los espacios silenciosos, de idas y venidas entre Triana y la Alameda mecidos los sentidos por la voz perenne de Pepe Roca, de visiones del arrabal sevillano escapadas de la guitarra de Ricardo Miño, de amalgama imposible derrotada por el sitar hindú de Gualberto abrazando el flamenco y la voz jerezana del vasco Maizenita (heredero directo del Califato Independiente), de guadañas rotas por Aute con la luz oculta del alba futura y de vida alentada por los volátiles dedos de Arturo Pareja Obregón sobre las teclas blancas y negras de su piano.

 
Fotografía de Manuel Molina en el Homenaje a Máximo Moreno de Antonio García Ocaña

            Los murmullos de fondo se van tornando en silencio cuando Manuel Molina se sienta en su silla de enea, el mástil de su guitarra apunta al cielo y todas las miradas apuntan a él, de blanco impoluto, brazos abiertos al cielo abarcando con su sola presencia todo el escenario y su compañera inseparable colgando de su mano izquierda, su desgarrada garganta gitana y la inmensidad musical de sus tres acordes a la guitarra, no necesita más para enmudecernos de respetuoso éxtasis, silencio roto en el mismo momento que el cielo quiso demostrar que los añorados ausentes se unían a la fiesta; no, no fue fugaz, fue infinitamente intenso, el momento álgido del homenaje a Máximo Moreno.

            Pedro Ricardo Miño nos enseñó Liverpool, el baile sacudió con taconeos el escenario ante el cante de Pepe de Lucía, el jazz paseó espléndido por la Alameda de la mano de Rafael Marinelli y su compañía; saltaron los resortes de las piernas ante el influjo de la energía gitana de Raimundo Amador, la fiesta se volvió intensa y el escenario pequeño, la guitarra del Pájaro, la de Charly Cepeda, la afilada imagen del vástago del omnipresente Silvio, Sammy Taylor, despojado de toda flema británica y la eterna memoria humana de Miguel Ríos, escenografía del apoteosis en ida y vuelta y la huida de lo imposible.

            A partir de ahí, las guitarras eléctricas se erigieron en protagonistas, en la de Antonio Smash la leyenda del underground tomó presencia, del rollo al enrolle, saliendo del huevo los hombres en las praderas de Santa María de las Cuevas, nada lúgubres ni suntuosas; Dogo hostigó el discurso musical, cuestión de gustos, ante el enérgico y maravilloso duelo de las cuerdas de Charly Cepeda y Pepe Suero; el Pájaro voló con la suya al encuentro inmortal con Silvio y su forma de ver el rock desde el palco de la Semana Santa hispalense.

            Eran más de las cinco de la madrugada, ocho horas de música en inmejorable compañía, y aún quedaba Pepe Begines y Zaguán, pero para desgracia mía, mis rodillas me recordaron que la edad y el peso no son gratuitos, aún hoy soportan las consecuencias, por lo que con todo el dolor tuve que dejar el recinto y la compañía, pero me cuentan los que quedaron que el cierre fue sublime y a Zaguán pronto los veré en su anual homenaje a Triana, por lo que la pena se mitiga en algo.

            Atrás quedó la demostración de que en Sevilla la magia aún es posible, los “Salta la Tapia” pueden mantener su vigencia tanto en la música, como en la escucha, no había edades, sólo público ávido de noches como la que el sábado embriagó el alma de un pintor que supo, por fin, que es profeta en su tierra, al menos para un puñado de sonoros y oyentes admiradores de su obra.

            Creo sin lugar a dudas que Máximo Moreno quedó satisfecho de su merecido e inmenso homenaje.

             P.D.: Agradecer a Antonio García Ocaña que me haya autorizado a ilustrar esta entrada con la magnífica fotografía de Manuel Molina, suya es la propiedad de la misma.