Toque de generala en el Ramón
Sánchez Pizjuán, que la segunda persona más importante del mundo, después del
Papa, dice adiós. Prebostes de la adulación, lameculos samaritanos, ignorantes
supinos y algún que otro esclavo obligado, todos convocados a dar boato a una
despedida deshonrosa y humillante.
Toque a discreción en el Ramón
Sánchez Pizjuán, que el calvo cabrón, condenado por corruptela, festeja su
adiós. Lanzadores lapidarios, oradores del exabrupto, víctimas ultrajadas y
algún que otro profano distraído, todos convocados a circuncidar la honra de
una despedida hilarante.
Esta es tu herencia, tu verdadera
herencia; una afición dividida entre los que han perdido el norte y la dignidad
como ciudadanos, capaces de adular a un condenado por meter las manos en dinero
público, por el simple hecho de ser presidente de un club de fútbol, alcaldes y
delegadas del gobierno entre ellos, pan y circo querido amigo; y los que claman
venganza por pendencias personales más o menos oscuras, más o menos recientes,
los mismos que aclamaban el vellocino de oro al calor de unas palmaditas en el
hombro. Entre medio estupefactos espectadores de la pantomima que sólo vemos
como se mancilla el prestigio de una entidad que llevamos clavada un poquito
más adentro del corazón, sin comerlo ni beberlo, al que unos utilizan de escudo
y otros de ariete.
Tu única herencia, Chemita.
Porque la económica no se debe a ti, sino a otros que deberían de estar por
encima de la segunda persona más importante del mundo, después del Papa; un tal
Caparrós al que ninguneaste hasta conseguir que no eclipsara tu brillante
sesera, que tuvo la valentía de apostar por Reyes, Sergio Ramos y sacarse de la
chistera un tosco jugador de fútbol y convertirlo en goleador de postín, Julio
Baptista, bases del auge económico, porque tu gran apuesta para generar
ingresos, el genio casposo del marketing, desaprovechó la gran ocasión de convertir
este club en la gallina de los huevos de oro permanentes, para dejarlo como
solar del gallo de Morón.
La afición dividida, tu verdadera
y única herencia; porque los títulos, mal que te pese, vinieron por el trabajo
de otro apóstata de tu vanidad, un tal Juande Ramos, de unos jugadores que no
supiste reponer y de la unión de una afición en torno a un escudo y una
bandera, que has dejado maltrecha y vilipendiada, mutilada hasta los cimientos.
Esa es tu herencia como
presidente del mejor club del mundo, así que recoge velas y agacha la cabeza,
que la sombra te espera, y a esa afición dividida sólo decirles que entre el
indulto y la ejecución están los siete años en la trena que este sinvergüenza va
a pasar y dejemos en paz al Sevilla F.C. que nada tiene que ver en esta
delirante historia de trincones y delincuentes.