Ayer nuevamente quedó patente,
tres puntos en el debe de esta enorme afición, la que nunca se rinde, la que
siempre espera el imposible de aquellos que portan su escudo, porque esta
afición es sabia en esto del fútbol, sabe de fútbol todo lo que hay que saber
de fútbol, mide los momentos, los espacios y hasta los silencios; las palmas,
los gritos, los cánticos y sus silencios... y por supuesto sus palabras, las
palabras justas en sus justas palabras. Hasta en el insulto esta afición es
sabia, en su momento justo y en el justo momento.
Sí Sr. Marcelino, porque esta
afición no menospreció a su madre, sabe perfectamente lo que el diccionario de
la R.A.E. define como un hijo de puta, justamente una mala persona y justo lo
que usted demostró ayer, ser una mala persona, en un momento en el que le pudo
las cuentas pendientes a la grandeza como persona y deportista. Además de
cuentas mal contadas, porque el tiempo que estuvo aquí fue usted un mindango,
dejándose llevar por la corriente sin imponer su criterio como profesional y
máximo responsable de la primera plantilla, eso de enfrentarse al poder no iba
con usted y al volver, siguió usted siendo un socarrón, esperó a que vinieran
de frente para ir de espaldas, pero confundió la espalda, la costumbre de no mirar
de frente al mando.
No voy a ser yo quien defienda
eso tan patético de no celebrar un gol, de no alegrarse por el fin supremo de
esto del fútbol, pero existe el respeto y se puede celebrar con respeto, sobre
todo hacia aquellos que alguna le dieron de pacer; esa carrerita le vino
grande, faltó el respeto a los que una vez fueron los suyos, quiso expresar su
frustración con vehemencia y se olvidó, quizá nunca lo entendió, que esta
afición es sabia, de palabras justas en momentos justos, de justas palabras en
el justo momento.
Y volvió a escudarse en su cara
de bonachón, de no haber roto un plato, de dar lástima a los que buscan la
situación lastimera, el recurso del cobarde que no mira de frente, del que no
es capaz de decir a lo hecho pecho, de tirar la piedra y esconder la mano e ir
corriendo a las faldas de mamá, a la sed de los sedientos de bolígrafos y
micrófonos incapaces de juzgar, con la objetividad que se les presupone, la
provocación y la venganza mal entendida, "¡mira
estos qué malos, yo no he hecho nada!", incapaces de asimilar que esta
afición es sabia, la única capaz de devolver una bofetada sin guante y hasta de
ganar un partido, de cantar las palabras justas en los momentos justos.
O quizás no, porque Sr.
Marcelino, desde que plegó la cerviz en nuestro banquillo ya era usted una mala
persona y esta afición no le cantó lo que el R.A.E. le cuenta.
Y a los del cuarto poder... esta afición es sabia
hasta en sus silencios.