Anoche, las paradojas de los viajes en el tiempo quedaron resueltas en el Auditorio Rocío Jurado de Sevilla. Es la "Teoría especial de la relatividad" de Einstein la que formula esta posibilidad, pero solamente en una dirección, hacia el futuro, jamás se podrá viajar hacia el pasado, ayer quedó demostrado.
Los que asistimos, entre expectantes y fascinados, a la llamada de la Bienal, percibimos en nuestras mentes una deliciosa paramnesia (algunos, en anacrónico afrancesamiento decimonónico, lo denominan “déjà vu”). Digo deliciosa, porque lo que allí ocurrió, nos dejó el regusto de la música con mayúsculas, de un sonido que quisieron enterrar pero solo estaba aletargado, ahí está poderoso, como Lole, esa voz plena de musicalidad y potencia, que inunda por sí sola (¡Ay, Manuel!) un escenario; como Pata Negra, en una actuación sin par, solo Rafaelillo queda (que bien que te recuperamos), pero sólo se basta; como Cai, en segunda juventud (¿visitaría Ponce de León la Bahía antes de partir a las Indias?) con Alegrías de ensueño; como Guadalquivir y su jazz por bulerías de origen védico y una flamenca mohiniattam de danza hipnótica; como Alameda y su apuesta por sonidos primigenios caminando calle arriba, apuntando alto, y aquí Eduardo, de frialdades nada, álgido el momento y el ambiente cálido, ¿no queríamos emociones?, pues de golpe todas; como Tabletom o el arte de la música del gruñido, no te quites con el trabajo que nos está costando; como Imán pincelando bulerías que no por mucho escucharlas sabremos como suenan, siempre algo mágico, siempre algo nuevo; como Smash de guitarras límpidas en su progresividad gualbertiana avanzando hasta el encuentro (¡Ahora sí, Manuel!) con el flamenco rancio, de cuerdas y quejíos.
Pero en todos, un denominador común, las ausencias, esas que demuestran que un viaje al pasado no es posible, a las Paradojas del Abuelo, los Gemelos o la de Hawking, habría que añadir la del Rock Andaluz. La noche era de nostalgia y como tal la disfrutamos retorciéndose la memoria en tortuosos mensajes ya vividos de juventud y la conciencia frenando la euforia de la posibilidad de un pasado presente.
No era ni el lugar ni el momento para quien buscase innovaciones y desafíos arriesgados, para eso ahí está el futuro, enfrente, algunos apuntan a la diana de un mañana luminoso, otros se empeñarán en continuar paramnésicos y serán engullidos por las nuevas formaciones. No hubiera estado de más otro concierto de las apuestas de futuro, las de estos mismos y las de los que vienen empujando, algunos fuerte, muy fuerte, una especie de combate entre “La Leyenda del Tiempo” y “La Leyenda del Espacio”, con un observador común a los dos, el Flamenco, que elabore una nueva teoría donde el pasado y el futuro se den la mano y que yo la denominaría “La Relatividad de la Paramnesia del Rock Andaluz”.
Los que asistimos, entre expectantes y fascinados, a la llamada de la Bienal, percibimos en nuestras mentes una deliciosa paramnesia (algunos, en anacrónico afrancesamiento decimonónico, lo denominan “déjà vu”). Digo deliciosa, porque lo que allí ocurrió, nos dejó el regusto de la música con mayúsculas, de un sonido que quisieron enterrar pero solo estaba aletargado, ahí está poderoso, como Lole, esa voz plena de musicalidad y potencia, que inunda por sí sola (¡Ay, Manuel!) un escenario; como Pata Negra, en una actuación sin par, solo Rafaelillo queda (que bien que te recuperamos), pero sólo se basta; como Cai, en segunda juventud (¿visitaría Ponce de León la Bahía antes de partir a las Indias?) con Alegrías de ensueño; como Guadalquivir y su jazz por bulerías de origen védico y una flamenca mohiniattam de danza hipnótica; como Alameda y su apuesta por sonidos primigenios caminando calle arriba, apuntando alto, y aquí Eduardo, de frialdades nada, álgido el momento y el ambiente cálido, ¿no queríamos emociones?, pues de golpe todas; como Tabletom o el arte de la música del gruñido, no te quites con el trabajo que nos está costando; como Imán pincelando bulerías que no por mucho escucharlas sabremos como suenan, siempre algo mágico, siempre algo nuevo; como Smash de guitarras límpidas en su progresividad gualbertiana avanzando hasta el encuentro (¡Ahora sí, Manuel!) con el flamenco rancio, de cuerdas y quejíos.
Pero en todos, un denominador común, las ausencias, esas que demuestran que un viaje al pasado no es posible, a las Paradojas del Abuelo, los Gemelos o la de Hawking, habría que añadir la del Rock Andaluz. La noche era de nostalgia y como tal la disfrutamos retorciéndose la memoria en tortuosos mensajes ya vividos de juventud y la conciencia frenando la euforia de la posibilidad de un pasado presente.
No era ni el lugar ni el momento para quien buscase innovaciones y desafíos arriesgados, para eso ahí está el futuro, enfrente, algunos apuntan a la diana de un mañana luminoso, otros se empeñarán en continuar paramnésicos y serán engullidos por las nuevas formaciones. No hubiera estado de más otro concierto de las apuestas de futuro, las de estos mismos y las de los que vienen empujando, algunos fuerte, muy fuerte, una especie de combate entre “La Leyenda del Tiempo” y “La Leyenda del Espacio”, con un observador común a los dos, el Flamenco, que elabore una nueva teoría donde el pasado y el futuro se den la mano y que yo la denominaría “La Relatividad de la Paramnesia del Rock Andaluz”.
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