Desde siempre los rojos son los míos y ganaron los rojos, pero hoy tuve un raro despertar de un insomnio soñador, el hartazgo me invade, ¿por qué siempre los rojos tienen que recular cuando más a favor lo tienen?
Atacan por la derecha, para invadir por el centro dejando huérfana la izquierda en hermanado fratricidio buscando su apoyo sin condiciones, un epitafio vital, una historia sin registro ampliamente acreditada para hacer florecer el verde marchito.
Y el verde se crece ante el rojo ajado, los casi jubilados buscando su pretérito futuro en verde, por la derecha, que adula sin posibilidad de júbilo un pasado futurible, ¿los rojos?, en la cueva, arropaditos del miedo y con el miedo de abrigo en un harakiri auxiliador, con la sola esperanza del grito de socorro porque vienen los verdes y salvarse por el sonoro gong de la campana muda.
Esta vez susurró el atronador tantán de los tambores de guerra gracias a la salvadora acción del último combatiente rojo, el de la retaguardia, para lograr una pírrica victoria que sin tanta cautela se percibía provechosa, botín restituido.
Ganaron los míos, los rojos, dando aliento a los verdes, un sufrimiento innecesario del que despabilo con una triste alegría.
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